lunes, 1 de agosto de 2011

Todos nosotros somos nosotros

Yo no hago muchos problemas.
Octavia, te tengo que decir que estuviste descortés conmigo.
¿Por qué desviaste la atención de lo que de veras pasaba en la pizzería?
No te fijaste bien, pero, alrededor nuestro, estábamos sentados nosotros mismos, repetidos como cuatro veces.
A la derecha, por ejemplo, estaban Octavia y Martinuchi hablando en voz alta, cada uno con una porción de pizza en la mano. Las porciones se inclinaban, se doblaban, se torcían en una curva que caía en dirección sur, casi tocando las mangas de cada uno. Me parece que las pizzas ya estaban frías, en tanto la charla tomaba calor, pero esto no influía en modo alguno en el estado de la comida.
Detrás tuyo, en tanto, Martinuchi y Octavia se miraban de tal modo que, cada tanto, uno de los dos desviaba la vista, que se posaba a su vez sobre otros nosotros que comíamos en una mesa cerca de la puerta. Ahí sí que comíamos con ganas, acompañando con vino moscato bien frío, según comentábamos ambos en aquella mesa. Yo los escuchaba bien, y también Octavia, pero no dijo nada.
En tanto, los  Martinuchi y Octavia que comían a nuestra izquierda se reían a carcajadas. Cuando el tenedor con el trozo de piizza amagaba con entrar en la boca abierta de Martinuchi, Octavia estallaba en risa. Del mismo modo, cuando una aceituna estaba a punto de ser mordida por los dientes de Octavia, Martinuchi no podía más y se agarraba el estómago y se cubría la boca de tanta risa que le atacaba.
De todos los Octavia y Martinuchi que poblaban la pizzería, nosotros éramos los más nerviosos.
Por qué, si nosotros éramos nosotros.
Y ellos también.

Martiuuchi Martinuchi Inspector Inspector Martinuchi

No hay comentarios:

Publicar un comentario